lunes, 18 de abril de 2011

Tu luz me iluminaba.

Tan calmo era todo, entre mis 4 paredes de hierro. Todo estaba tan tranquilo. Me habían avisado que podría llegar una luz, pero no les hice caso. Decían que se trataba de una luz turbia, como el vino picado. Una luz difusa. A mi simple vista era esplendorosa.
Parecieron años, pero en realidad fueron horas, días quizás. Mis 4 paredes no se atraviesan sin esfuerzo. Se necesitan méritos. Pero vos, maldita luz, lograste entrar. No sé cómo ni cuándo, pero lo hiciste. Fueron días de jolgorio. Días de fiesta. Un mes quizás. Poco más, poco menos. Todo parecía más fácil que nunca. No costaba mover el pie, se movía solo. No costaba hablar, mis labios tenían vida propia.
Era una luz radiante, tan radiante como el sol en el amanecer.
Anuncié que fueron días, meses quizás. ¿Un mes?
La luz comenzó a tornarse turbia, tan turbia que no podía ver más allá de mis pies. Ahora, todo costaba el doble. Ya no era lo mismo.
Hasta que llegó el momento en que esa bastarda luz se fue de mis 4 paredes. Inmerso en la oscuridad comencé a tantear, volviendo de a poco a los días de paz que tanto anhelaba. Las paredes lloraban. Pero no de tristeza, sino de alegría: ahora podían vivir en paz.

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